5 de febrero

En este año 99, el 6 de febrero es el segundo aniversario del último golpe de Estado, drama real del quebrantamiento y la simulación del Derecho. El poder había sentido la amenaza de una política que tendía a reestructurarlo. Un planteamiento monetario desnudó el agotamiento del aparato bancario y financiero que reaccionó tensionando al máximo su capacidad de control y movilización social.

Para entonces, se habían relajado los hilos de la vigilancia gubernamental. El gobierno no lideraba ningún sector de la prensa, la televisan o la radio. Por el contrario, se había constituido en una especie de gladiador obligado a vencer al león en las arenas de este circo. Y no era precisamente Androcles quien combatía sino el mortal y pecador Abdalá Bucaram Ortiz, contra el cual hasta la Iglesia pedía el juicio final.

Los desgastados intereses de la dominación habían perdido exclusivamente el Ejecutivo, su instancia presidencial y administrativa del gabinete. Todo lo demás: el Congreso, la administración Judicial, la red de los organismos de poder local y más, permanecía intacto en manos de la tradicional manipulación.

Desde todos los rincones del Estado, se azuzaba con furor la pasión antigubernamental. Las cortes y una parte del graderío aclamaron la orden manifiesta en desproporcionado pulgar acusatorio hacia abajo. Fue el disfraz mas extraordinario que golpe de Estado alguno haya probado. Se vistió de graderío, tendido, gradas y gracejo. Del circo, el anciano régimen se levantó «ungido».

Vencieron los gérmenes de las consecuencias de tal suceso y el tradicional parasitismo estatal. Y con los nombres de Fabián Alarcón, Jamil Mahuad y Jaime Nebot constituyeron la santa trinidad protectora del país. ReInventaron la anticorrupción (hoy artículo de la Constitución) que sustituyó a la moral, la virtud, la bondad. E hicieron de esa oportunidad una ideología (una fuente) de control eficaz, pero estéril. No más los valores de la moral, la anticorrupción fue el programa de «todos». La troika entonces quedó libre de toda sospecha, es y será siempre inocente.

Golpes de Estado no dan los pueblos, ni resuelven disputas en el seno del poder. Las masas, si se las invoca, son solo pretexto de pocos minutos. Los pueblos hacen cosas mayores. Mientras protestan suman fuerzas. No se ufanan de victorias falsas. Construyen sus triunfos con el pudor con que se hace la Historia.

A los dos años de la recuperación total del Estado coronado con esa troika, la impotencia de las masas descubre a quién correspondía la potencia de las manifestaciones virtuales y que permitieron que el 6 de febrero del 97 se ponga en evidencia la realidad engendrada, los laureles de la anticorrupta trinidad, oculta en el 5 de febrero.

Sin embargo, ya en ese 6 de febrero, los beneficiarios comenzaron a triturarse en su propio molino. El cristianismo político, sus partidos y prelados, uno de los principales autores del golpe, había alcanzado la cima y comenzaría a descender. Hoy decae precipitadamente y no puede salvarlo 24 horas diarias de televisión ni una montaña de panfletos. Su pasión por los pobres y la clase media se asemeja a la de los conquistadores, cuando hermanaron la cruz, la espada y el oro.

El 5 de febrero poco a poco será mas transparente, hasta que llegue a ser visible el 6, manantial de menos ilusiones y de más conciencia sobre los hilos que permitieron uno de los camuflajes mas babélicos del poder decadente en el siglo XX.

A los dos años del golpe, la agencia Reuters informa que éste «dañó la imagen del país en los círculos financieros, y que la inversión cayó en un 52%». La realidad es peor, se agrava la degradación de todas las condiciones de vida.

Las fuerzas derrotadas en el golpe no solo están intactas, sino que han crecido y siguen creciendo.

Lo demostraron las elecciones presidenciales del 98, sobre las que permanece la sospecha que las ganara Alvaro Noboa Pontón, representante de un proceso social y económico que la colectividad reivindica, y al que apoyaban importantes sectores políticos y esas manos vacías y extendidas, que son millones, dispuestas a llamar la atención sobre la marginalidad y la pobreza que no solo reclama corazones buenos, sino sobre todo una política distinta y superior.

No obstante, contra Mahuad no habrá golpe de Estado. Pero, aparece lento e irrevocable el desmoronamiento y la autoliquidación de esa política.