Ecuador transita un momento de parálisis en su economía. Las causas inmediatas de esta situación están ligadas a responsabilidades que se desprenden del Gobierno y el Congreso, en particular, de sus desgastados líderes reales.
El impuesto del 1% constituye una causa de reducción nefasta de la velocidad de circulación de capitales, la flotación monetaria y el aprovechamiento privado del Banco Central han contribuido al ahondamiento del ciclo recesivo. Se añade «el feriado», sin discrimen, que ha generalizado y agravado la crisis bancaria. Estas desastrosas medidas han motivado el paro económico organizado desde el Estado para defender su incompetencia.
A este paro se contrapone otro, el de diversos sectores populares, en protesta por la congelación de toda inversión social y el brutal crecimiento de la inflación.
La crisis invade la esfera política. La estructura del Estado se manifiesta caduca, mientras una casta que lo usa exhibe su decadente sumisión al parasitario grupo financiero que decide todo en Ecuador.
Los mandatarios actúan desde el espejismo de una solución al margen de toda condición favorable para el crecimiento. La crisis económica y la crisis de la arruinada representación política cuentan con la agresividad de los intereses cogobernantes.
No obstante, cualquier cosa que hagan será objeto de desconfianza. Han perdido ciertos hilos del control social. Sería ingenuo pensar que tomen alguna solución al margen de la intimidación. La alternativa que pueden ofrecer al pueblo es la violencia como arma económica. Lo han demostrado en el régimen tributario, el Presupuesto General del Estado y en su política monetaria, financiera y crediticia; lo ratificarán en las medidas por venir y en el silencio que imponen.
Este tenebroso presente se define por el irrespeto a toda juridicidad, el aprovechamiento del dinero de los depositantes, el abuso del Estado, la pauperización de las masas, la ruina de medianos y pequeños empresarios, la recaudación de recursos al margen de la producción. Todo esto manejado irresponsablemente por quienes hoy dejan correr el rumor de la potencial convertibilidad como coartada.
Ellos sedujeron a un importante sector popular que aún puede actuar contra sí mismo, que todavía cree que la convertibilidad es neoliberal. Para los intereses del verdadero poder especulativo la convertibilidad es imposible, pues los que mandan, saben que fue contra la convertibilidad -cuando esta sí era posible- que realizaron el golpe de febrero del 97.
Por ahora, no habrá golpe de Estado. Está en marcha la irreversible autoliquidación del poder especulativo y su representación política.