El miedo, el peor consejero

Los síntomas del descontento popular se manifestaron como los del magma buscando camino. Día a día se incorporaban millares a la protesta. La memoria amenazaba con volverse combustible.

La aceptación del Tratado de Límites con Perú, a pesar de lo inevitable, dejó un profundo desasosiego por la premeditada distorsión del suceso. Para suma, se dolarizaron las declaraciones, el BID «nos otorgó» 500 millones de dólares, «se destinarían» 3 mil millones al desarrollo fronterizo, prometieron mil millones de inversión. Para atenuar la sensación de horror por las atroces medidas económicas del 11 de marzo, el presidente Mahuad «añadió» 500 millones de dólares más. Debían haberse tramitado ya 5 mil millones de dólares.

La ineptitud del gobierno ha agravado la crisis que heredó. El caos de este aparato administrativo se trasladó a las entrañas y los ojos de la población. La ira colectiva devenía respuesta de los marginados ante la agresión.

El desastre crece en ausencia de política coherente que lo enfrente. El Presidente ancló sus quejas en el financiamiento del Presupuesto y los requerimientos de los acreedores.

Ningún apoyo es suficiente para que este «líder» recobre las ilusiones perdidas. Está sometido a operaciones financieras atrasadas. Su política agudizó la insolvencia de algunos bancos y la iliquidez del sistema. El feriado bancario fue el colapso. Los días 15, 16 y 17 de marzo fueron de potencial explosión social. La amenaza nacía del fondo de la sociedad y se convertía en la más extensa y profunda de los últimos 55 años, cuestionaba los intereses que conducen el Estado.

El terror se apoderó de las élites. El miedo a las masas y a su energía desatada aconsejó la prudencia del Estado que se entregó al silencio parlamentario, entretenimientos judiciales, mesillas de concertación, taburetes de consenso, camas de relajamiento, tablas de diversión. Puso en el ambiente el lenguaje de la hipnosis y los prejuicios para que aquí no pase nada, para que «todos» agonicen sin quejas, como lo hace, aparentemente, el reino vegetal.

Surgió lo inesperado. Habiendo quedado vacante el sillón del aliado socialcristiano fue convocada la denominada centro-izquierda a tomar asiento «por el país». Y se sentó, dicen. Entonces, el poder suspiró y armaron un nuevo espejismo. El convenio iluminaba lo posible. El stablishment lucía asustado. Tres días antes, Nebot había declarado la «oposición». La ‘centro-izquierda’ se aprestaba a inmolarse «haciendo país», mientras el PSC se disponía a ser la alternativa «haciendo oposición» y «sin obstaculizar a la nueva mayoría».

Al comenzar la madrugada del 18 de marzo, el Presidente Mahuad llegaba al «acuerdo» con la oposición parlamentaria para «desbloquear» el país. La principal consecuencia fue aplacar la indignación popular.

‘Acuerdo’ era la palabra mágica. Instituciones financieras internacionales la exigían con el objetivo de mantener la «ayuda» de siempre.

El poder especulativo (bien representado en el Estado) demandaba tiempo de estabilización, mientras aceleradamente, perdía vigencia la verdad relativa de que estamos en paz.

No importaba que el acuerdo no fuera tal (bastaba que lo fuese por un instante), tampoco que la solución no existiera. En la guerra y la paz la apariencia es escenario y argumento y, esta vez, adquirir esa apariencia de «acuerdo y desbloqueo» resultaba indispensable para aplacar la indignación popular.

Circunstancialmente, los renovados aliados salvaron al gobierno de un amenazante despertar de las masas. Y, sin embargo, nada quedó resuelto.

Las alianzas -antigua y «nueva»- mostraban la vetustez del Estado. El Congreso Nacional ha dejado de ser espacio de representación y reconocimiento de intereses sociales. Se ha reducido a instrumento de legitimación de la voluntad de mayorías conformadas al margen y a priori de toda discusión legislativa. Son mayorías de un Congreso muerto.

La estructura del sistema especulativo de la banca quedó intacta. La política social del Presidente se limita a dejar que crezca la limosna a causa de la inflación. La economía, un subterfugio. El discurso, una trampa hecha de simulaciones para insensibilizar a la sociedad.

Se llegó al extremo de plantear que hoy el acuerdo desbloquea el país, en un país paralizado por esos acuerdos.

Cuando todo estaba perdido, un viejo poblador exclamó: si aquí nadie es responsable, por lo menos enjuiciemos a Harvard.

La crueldad flota en la sucesión de las generaciones con las que este stablisment envejece y muere.