La inercia somete y dispersa

Quedaron atrás reclamos reivindicativos y propuestas de un sector de las cámaras que se reconoce ligado a la producción. Este no ha formulado una política que pueda dirigir su disputa contra el aparato financiero-especulativo del Estado.

El 22 de abril, el paro de las cámaras sembró en sus integrantes dudas y preguntas sobre su práctica.

¿Qué sucedió -qué hicimos- en febrero del 97? ¿Qué nos condujo entonces? ¿Qué, en estas semanas? ¿Qué enfrentamos hoy? ¿El partido que nos apoya, realmente nos simboliza o encarna otras fuerzas del poder real? ¿Por qué y ante quién perdimos? ¿Podemos comprimir la economía al discurso de las finanzas? ¿Hemos retrocedido ante las razones del interés que impugnamos? ¿Basta, acaso, la economía sola sin política? ¿Qué alianzas se requieren para echar la historia adelante?

El 10 de agosto del 96, el desgastado poder, desalojado de una parcela del Ejecutivo, puso en ejecución lo que había decidido, el Golpe de Estado que realizó en febrero del 97. Movió sindicatos, gremios, partidos políticos, iglesias, fuerzas armadas, instrumentos de comunicación, estratos medios y altos, municipios, consejos provinciales y todas las cámaras. Paralizó a los más pauperizados, incluso a organizaciones empresariales que en Guayas debieron ser «llamadas al orden» para disponerlas a la protesta del 5 que constituía la campanada del golpe que se desatara el 6.

La conspiración vistiose también de región -así las cosas son más fáciles- y lanzó la consigna «con Quito no se juega». Este ropaje preparó el ánimo colectivo para recuperar el gobierno. En pocas horas, los laureados, aquellos que el Presidente depuesto meses mas tarde denominó «los de la camioneta», pasearon eufóricos y vitoreados por entre la muchedumbre, embriagada con la victoria ajena.

Fue la victoria de siempre, cuyas obras concretan la arbitrariedad, degradación, desconfianza jurídica, depreciación monetaria, endeudamiento inescrupuloso, inseguridad financiera, insolvencia bancaria, quiebra de empresas, desocupación creciente, pauperización social, contracción y subordinación de la sociedad civil, empobrecimiento de las ideas, caída de la productividad del trabajo.

El golpe se refugió en la memoria social. Sus efectos han sido tan desastrosos que nadie se reconoce autor y sus actores piensan que silenciando o desconociendo esa realidad pueden enterrarla. Pero, ella deambula como un fantasma entre las atormentadas y despreciadas almas del golpismo «constitucional».

La evocación de febrero del 97 midió la protesta de abril del 99 y la rebajó a un remedo. El gobierno y su oposición oficial, azotados por la memoria del golpe, temían una repetición, esta vez contra ellos.

El letrero «con Guayaquil no se juega» quedó sólo y vacío. En ese instante, los convocantes al paro sintieron por instinto que, si bien pertenecen a la jerarquía económica, están sometidos y lejos de su hegemonía. Supieron que no bastaba juntarse con uno u otro de los líderes del golpe para escapar a la indiferencia gubernamental.

La historia tradujo «con el poder no se juega».

Las cámaras de Guayaquil proclamaron necesidades que fueron arrinconadas por el gobierno y sus relacionadores públicos como exigencias regionales, con el fin de mermar aún más su insuficiente formulación.

En Ecuador los mas trascendentes conflictos del desarrollo deben ser principalizados para comprender y encauzar mejor las demandas regionales. El grito Guayaquil Independiente fue maravilloso hace 180 años y su memoria es parte de nuestra gloria nacional. Ahora, ese propósito repetido, resultaría tan anacrónico como que Quito relance su Primer Grito de la Independencia en 1999.

La presencia de aislados anacronismos y equívocos fue utilizada para disminuir la significación de causas e intereses regionales válidos que deben defenderse y ser satisfechos en el marco del progreso.

No obstante, la jornada del 22 generó chispas que iluminaron la conciencia de muchos. No está en marcha un nuevo proceso social ni la salida de esta decadencia ni el ascenso a una verdadera condición moral. La sociedad se mantiene tras la lógica de la especulación bancaria y la ideología de la anticorrupción que institucionalizó el golpe del 97. Todavía está lejos del reconocimiento de la necesidad histórica y la ética del desarrollo.

Las élites estatales pasaron del susto al nervioso anecdotario. El sermoneo «no podemos cambiar de presidente cada seis meses» evidencia ese tránsito. Los mandatarios y allegados recién advierten que no hay fracción económica rival a la que temer, que este país se determina internacionalmente. Por eso se juntaron en la defensa del gobierno algunas instituciones financieras internacionales, un telegrama del Departamento de Estado norteamericano, los partidos que auspiciaron el régimen y los sindicatos, particularmente en la sierra, atareados en la lucha «contra la oligarquía que no quiere pagar impuestos».

Al atardecer del 22, cayó sobre todo el territorio el frío de la quietud social.

El paso a la oposición del PSC logró un éxito extraordinario, reafirmó el poder y su representación. A partir de este momento, están dadas las condiciones para que la oposición-socialcristiana reinicie, sin responsabilidad por los impuestos aprobados, la reconciliación vía coincidencias con el gobierno. La oposición-centroizquierdista ya cumplió el papel que le asignaron las circunstancias, «hizo país», salvó al gobierno.

El gobierno ya no tiene aliados, sólo «adversarios». Quedan las previsibles coincidencias y disidencias para formar las mayorías que requiere la conservación del resquebrajado andamiaje del Estado más atrasado de América.

Hemos descendido un paso más hacia la nada.