El fin de una razón

¿Desde qué presente miramos el desarrollo de las formas sociales? ¿Desde qué expectativas para el futuro contemplamos el presente? ¿Qué conduce la certeza?  ¿Qué la esperanza? ¿Qué incertidumbres reconocemos? ¿Qué desconocimientos declaramos?  ¿Qué interrogantes produce nuestra mirada al inmediato pasado?

Contemplar los últimos años, después de 1989, impone exigentes precisiones, obliga a señalar que en este tiempo brotan relaciones de producción que no caben en el nombre capitalismo y que tampoco están inmersas en las intuiciones del socialismo ni en las previsiones teóricas.

Mirar el pasado desde el ya sensible proceso de transformación del mundo, reconocer al mismo tiempo que aún no conforma expresiones políticas ni determina teorías nuevas ni produce una ética innovada para una concepción original de la historia no crea nuevas esperanzas, y es un mundo que se mantiene observado todavía desde un mañana visto ayer, desde ese ayer que este proceso ha transformado y que aún no se reconoce en su totalidad y resulta violento, sorpresivo.

Todas las palabras que habíamos arrancado a la realidad han enmudecido ante la ruptura del cascarón del siglo XXI, realizada por la ciencia como fuerza productiva directa, como proceso de organización, como pensamiento, y moral en gestación,  posibilidad de la historia, negación de la utopía, afirmación de utopías nuevas, supresión de las viejas ilusiones del segundo milenio, enjuiciamiento a todas las teorías; como una vuelta a la realidad, que es posibilidad de la modificación de la historia humana y la respuesta a la interrogante de cómo alcanzar el camino que vuelva cada vez más próxima la voluntad humana a las leyes de la naturaleza, cómo prestar la voz del hombre al movimiento material y espiritual del mundo, a su indisoluble unidad, que constituye el universo.

El capitalismo nació de las entrañas del feudalismo, liquidándolo hasta que cobró la posibilidad de llamarse a sí mismo de manera diferenciada de su matriz.   Hoy, de las entrañas del capitalismo surgen relaciones con la misma carencia que él tuvo en sus orígenes, igual desconocimiento a que se vio abocado por el anciano régimen.

En la actualidad, un vetusto Poder y un envejecido nombre en ruinas insisten en no dejar pasar ni la imaginación ni la visión necesarias para vislumbrar lo novedoso que -junto con la negación de un proceso social que no alcanzó sus más difundidas utopías- forjó y consolidó movimientos éticos de extraordinaria significación presente y futura.

A la par, en las entrañas del capitalismo, una fuerza  presagia la ruptura brutal de las relaciones en las que se contiene (la misma Revolución Científico-Técnica que rompió los sueños del ‘socialismo real’), fuerza que se consolida en la inexorable potenciación del desarrollo técnico, que ha transitado a otro espectáculo de su capacidad de transformación:  lo alteró todo y para 1989, dio origen a este momento en el cual se halla presente una singular cualidad de la Historia.

Así nace un mundo nuevo, aún informe sin palabra, a duras penas perceptible al tacto de los últimos años del siglo XX.  Desde esta circunstancia volvemos a mirar con la sensibilidad y con la estrecha visión, que el no decantado proceso nos permite, una transformación que no puede ser desconocida por el ansia de poseer la razón,  puesto que un anhelo nuevo ha vencido otra vez, poseer la realidad.


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