La usura moderna cuenta con sus -también modernos- financistas, corredores de préstamos, intrigantes, jueces, escribanos, sirvientes, cocineros y cocheros de la banca.
La lógica del usurero, la visión de corto plazo y el máximo rédito manejan la «política económica», la devaluación incesante, la urdida inflación, el dinero ficticio, el presupuesto de los acreedores (que se lo quiere hacer pasar por Presupuesto General del Estado) y la «renegociación» de la deuda pública. No es la lógica financiera ni la de la economía, menos aún la de la producción.
El alma del usurero guía a los técnicos pertenecientes a la «comunidad financiera internacional», virtuosos de los bonos PAR, Discount, PDI, IE y más. Su saber es la pasión de Harpagón, el avaro de Moliere. El escenario ya no es París sino el mundo entero.
La renegociación de la deuda parecería haber sido ofrecida a Ecuador como laboratorio experimental. El Ministro de Finanzas afirmó que la decisión se la tomó por consenso. Se supone que semejante acuerdo fue resuelto con el «mundo entero», FMI, BM, BID.
La deuda pública alimenta apetitos insaciables. Los bonos Brady ocultan a codiciosos prestamistas y el conjunto degenera también la ética de la economía.
Apenas se publicó la «propuesta ecuatoriana» destinada a un experimento con la deuda externa, se informó que el FMI habría declarado (?) que «aceptaba» (?) inicialmente la Carta de intención, sin que Ecuador haya cumplido ninguna de sus exigencias. No obstante, el ostensible mutismo del Fondo posponía la real aprobación. Esta forjada ambigüedad se relaciona con otros intereses: la base de Manta, opacos acuerdos comerciales, y -ojalá nunca suceda- la entrega de volcanes apagados como depósitos de basura atómica.
Hace más de dos años, el G-7 admitió reestructurar la deuda de los países miserables. El Club de París eximió obligaciones. Hace pocas semanas, el presidente Clinton informó que el Estado norteamericano condonaba la deuda a 35 países, entre ellos tres latinoamericanos. Hoy, el FMI «sugiere» procesos de renegociación. Ecuador ha acogido esa disposición. Lo grave es que el Estado carece de estrategia propia, y en la negociación no es sujeto-contraparte, sino objeto de los acreedores.
La estrategia de renegociación debería estar referida a un porcentaje tope del presupuesto, tope en relación con las inversiones imprescindibles para el crecimiento. También, a un techo de endeudamiento que debe señalar el Congreso. Y, a la modificación del destino de los recursos: que la inversión productiva responda a las mejores exigencias que podamos acordar con la comunidad financiera. No más endeudamiento a costa del crecimiento económico.
La estrategia en la política, lo militar y la economía es necesariamente pública, su fuerza radica en la adhesión popular al objetivo. Las tácticas pueden ser reservadas, la estrategia jamás. Desgraciadamente, el gobierno carece de propuestas, no tiene proyecto nacional, política de desarrollo ni programa anticrisis.
El gobierno actúa al margen del interés nacional. La sumisión es su política y su fuerza, única garantía de permanencia en la representación del Estado, a pesar de la opinión de todo el país.
Por ello, cualquier tratamiento sobre el presupuesto resulta superfluo si no cambia su naturaleza de pagaré. El monto del IVA, el impuesto a la renta, el factoring petrolero, todo termina siendo medios para pagar la usura, el chantaje, la continuación del atraso.
La patrona del Estado es la banca. El poder de la banca especulativa ha subordinado al Estado. Sus representantes están en todas las funciones estatales y en un gran sector de medios de comunicación colectiva. Vertebran el ejecutivo, reinan en el gabinete y en las comisiones internacionales. La opinión pública es la opinión de la banca. Impera la moral de la usura, la estética del avaro decora las mesas de concertación, la doblez multiplica los rostros monetarios, la obtención de riqueza al margen del trabajo es el principio. Todo se junta en un verdadero evangelio ante el cual se abisman el poder y sus representantes.
El Estado ecuatoriano es el cochero de Harpagón, no necesita pensar, lo guía su única tarea: andar por los caminos que manda el usurero y firmar los pagarés que pagará la nación entera.