La denuncia de Fernando Aspiazu sobre el rompecabezas del «simbólico aporte» de campaña a Jamil Mahuad no tiene, bajo las actuales circunstancias, mayor significación judicial. Moralmente condena a la DP por ocultar a los financistas, por el laberinto del uso de esos recursos y por la opacidad de sus consumos. Todo legitimado a tiempo por su militante, Patricio Vivanco, entonces presidente del TSE.
Ahora es de menor importancia saber cuánto tuvo que ver el Presidente con esos recursos. Incluso, se podría afirmar que Mahuad nunca conoció a quiénes aportaron, quién manejó el dinero ni en qué se gastó.
Lo más grave está en la correspondencia entre dineros recibidos por la candidatura y favores otorgados por el gobierno. Esto, a pesar de la prisión de Fernando Aspiazu, cortina de humo con que se pretende simular independencia gubernamental de la banca.
El juicio y condena, que ningún medio de comunicación podrá evitar, no está en manos de jueza o juez alguno. Frente a los jueces, la prensa basta para dictar un a priori. Si bien no juzga, legitima (según su parecer) sus propios veredictos. No así, ante las consecuencias sociales de la política entrampada en un minúsculo círculo de poder. Resulta imposible librar de responsabilidad al Presidente y la viciosa cadena de integrantes de la casta política que ha usufructuado 20 años de la mayor degradación económica, social, política y ética de Ecuador. Entre otras determinaciones, justamente, por ese intercambio desigual de aportes electorales y beneficios a la banca. El candidato comienza y termina siendo un mandatario de especuladores y acreedores, rodeado de funcionarios bancarios y lejos de alcanzar la dimensión de un representante de la nación.
El problema no se reduce a si existe o no la tipificación del delito que se imputa, si es legal o no el proceder del Presidente, si Fernando Aspiazu fue o no el único donante -único, porque el resto de la banca informará con la prudencia de su formalidad que aportó exclusivamente agua mineral, postres, fotografías retocadas, cócteles y entrevistas para su candidato-.
El Consejo Nacional de la Judicatura ya no puede defender a Jamil Mahuad condenando a la jueza Isabel Segarra. La investigación criminológica del caso tiene escasa importancia, a pesar de la pasión por la crónica roja política, de la que siempre sale bien librado el poder.
Todavía se pretenderá tapar lo que la denuncia de Aspiazu descubre y que la política del Presidente confirma, su condición de exponente de capitales especulativos, que a eso se debe la devaluación, el congelamiento, el feriado bancario, el tratamiento de la deuda pública, el mantenimiento del presupuesto de acreedores, la carencia de política social, la ausencia de técnicas actualizadas de la administración nacional, el desconocimiento de fundamentales sectores sociales, económicos y políticos.
Al poder le fascina discutir sobre qué artículo del Código Penal (o de cualquier otra ley) cabe aplicar. Suele recordar versículos bíblicos para saber cuán social y cristiana es la democracia. Todo relleno con disquisiciones sobre virtudes y defectos individuales hasta caer en algún lugar común: «todos somos culpables», errare humanum est, si se estableciera que el Presidente «cometió un error».
Declarar responsable a Mahuad y obligarle a renunciar para que todo siga igual, tampoco tendría mayor importancia. Lo trascendente es que la nación toda sepa -y actúe sobre ese saber-, que desde hace 20 años tenemos mandatarios, gobiernos y una casta política que dependen del aparato bancario especulativo, responsable de las decisiones que han conducido a la parálisis y el retraso en el desarrollo de las fuerzas productivas.
Una «cultura» intoxicada y disfrazada de sentimientos morales es la que cultiva el poder para mantenerse invisible y suprimir toda reflexión política. La decandente casta política sabe lo que algún día afirmara John K. Galbraith «(…) los juicios éticos muestran una fuerte tendencia a adecuarse a lo que los ciudadanos influyentes les resulta agradable creer, reflejando de este modo la Virtud Social Conveniente».
Esta ideología permanece estancada en el pozo del subdesarrollo y la comunicación colectiva, donde sus ideas se han podrido y se reproducen como gusanos que devoran un cadáver.