La inocencia del mandatario no salva al poder

La edad media europea enseñó que nada es mas eficiente para suprimir la reflexión política que reducir la política a una seudo moral, forma perfecta de la queja estéril. Las nociones «anticorruptas» han sido barrotes para las masas.

La Inquisición concretó ese control y alcanzó el cenit por ese sendero. América se contagió de estas «virtudes».

Aquellas cartillas morales guían muchedumbres, muestran el blanco a destruir, detienen o halan el gatillo, desprecian u honran cadáveres y suprimen búsquedas trascendentes. Su verdad se alcanza al consensuar con el poder cuya palabra es la inercia.

La persecución de pecadores demostró eficacia en mil años de oscuridad, miedo y milagros. Pero ninguna monstruosidad se premeditó en nombre del mal. El bien encendió las hogueras que requirieron los feudos. Sus intereses se simplificaron, justificándose y realizándose.

Actualmente, un buen ciudadano debe ser receptor-emisor-dispersor de moralina. Abyecta inutilidad que no requiere control externo, se controla sola. Las neuronas convertidas en cadenas hacen al «hombre de bien».

La seudo técnica fiduciaria y la gimnasia bancaria substituyen la ciencia y la técnica. La anticorrupción recicla desperdicios de ética, religión, economía y política. El mal viene del «averno». Así, la naturaleza inculpable de los mandatarios es el fallo de la función judicial y coincide con la opinión pública. ¡Divino tesoro! Rejuvenece el poder con una sociedad «educada» para el silencio y el estoicismo, dentro de la «jurisprudencia».

Sin embargo, las fracciones del poder se enfrentan. No generalizan sus demandas ni las ocultan. Han ingresado en la vorágine de la historia y pasan paulatinamente de las palabras a otras armas.

La incapacidad dirigente clama por una tregua. Ganar tiempo es la consigna. La estrategia es llegar al 2003 y elegir a otro mandatario igualmente capaz de inmolarse en aras de la purificación de las fuerzas especulativas que caen irreversiblemente.

La religión se les fue de las manos. Queda la iglesia sin un dios a quien encomendarse ni diablo a quien venderse.

La moralina usada hasta el abuso está institucionalizada y consagra la decadencia, pero no basta contra los enemigos y el control que se requiere. Esta contagiosa pobreza espiritual, usada por la dominación, se ha vuelto contra el mismo poder. Aunque, hayan logrado suprimir transitoriamente toda reflexión política en las masas y sus amos.

El Estado se exhibe agotado, desconocido social, económica y regionalmente, sin un sistema representativo de la diversidad del país. Y para colmo, un parásito de cuatro organizaciones internacionales, FMI, BID, BM y CAF.

El Presidente intocable reedita la «inocencia» del medioevo, aunque esta vez como un trágico remedo.

La clase dirigente aparece bobalicona y desobediente ante la prensa que intenta ser brújula, partido político, iglesia, ministerio de gobierno, opinión pública para convencer a la «ingenuidad» que lidera diversas funciones estatales de la amistad que entre ellos requiere este juego infantil, puro y limpio: sacar al país de una crisis «provocada por todos», exceptuados el inofensivo representante máximo, su prensa, su banca nacional y la «comunidad financiera internacional».

Pese a semejante candor que hoy traspasa la desgracia nacional, un tremor político se advierte desde el fondo del mismo poder económico. El orden existente no soporta tanta inocuidad y exculpación en los dirigentes estatales.

Ha concluido una etapa de dominación. Se desata lenta e irreversiblemente una confrontación interna, aún carente de argumentos, pero repleta de significantes-sin-salida.

No están en juego ideas que despiden una era y dan a luz otra. No. Son simplemente premisas de una potencial transformación de grandes dimensiones. La disputa se da en el seno de fuerzas económicas que expresan sus necesidades contrarrestando la violencia especulativa.

Todavía no formulan directamente sus exigencias, menos aún sus demandas dentro de la economía mundial. Pero ya están presentes. Son sectores de la producción, trabajadores, empresarios y la diversidad étnica, cultural, regional y social de un país destruido por el viejo poder.