El 2 de mayo, diario El Universo publicó un despacho internacional, «EEUU advierte deterioro institucional en America Latina por desigualdad social». Informa que «según voceros del gobierno de los EE.UU., el peligro lo generan la creciente pobreza, la desigualdad, la ineficiencia de los regímenes y la corrupción».
Los voceros, al parecer, olvidan solo la estructura de intereses del poder que impera en los Estados latinoamericanos y la función de la llamada comunidad financiera internacional.
La secretaria de Estado, Madeleine Albright, «pidió una pronta acción del régimen de su país y de los gobiernos de la zona para que no sucumba la marea democrática latinoamericana». Aunque esto suponga la continuidad de los mismos sectores de poder.
Otro vocero concluyó afirmando que «se abre el camino para formas autoritarias de gobierno o espirales de violencia».
Estas observaciones serán atendidas con mucho respeto y como propias por parte de los intereses gobernantes en Ecuador. Cuando la voz de alerta, la dio el pueblo ecuatoriano, fue despreciada por su origen.
En Ecuador, la arbitrariedad, los fraudes, los golpes, autogolpes y contragolpes han encontrado espacio en los últimos años. Basta recordar el golpe «constitucional» del 97, el derrocamiento y substitución de Mahuad gracias a la rebelión popular y militar del 21 de enero, la persistencia del fraudulento sistema electoral, la degradada red política representante del decadente poder que conduce el Estado.
El drama mayor, a más de la miseria, es la impotencia a la que ha sido reducida la población en su conjunto. Solo la reacción instintiva de diversos sectores étnicos (que emergen como actores en un nuevo momento de la historia), poblacionales, empresariales, laborales, junto a un sentimiento patriótico que ha debido volverse clandestino ofrece una esperanza.
Esta fuerza emergente atemoriza al poder acostumbrado a irrespetar las decisiones ciudadanas, desconocer el régimen jurídico, traficar con la soberanía, negociar con la miseria, especular con la política económica, empobrecer a la nación y al pueblo.
Este poder no intenta siquiera legitimar su propia voluntad porque cree que su arbitraria decisión basta. Ella sustituye a la Constitución y la ley, ofrece o niega derechos. Es la moral ancestral de la dominación.
El desconocimiento al pronunciamiento ciudadano no se limita a los fraudes electorales y económicos, está presente en la adopción de medidas sobre las cuales el pueblo jamás es consultado.
Destruyeron el sucre y renunciaron a la moneda nacional, usando el eslabón del autogolpe. El Congreso fue convertido en espacio de cobardía histórica que se oculta en el sometimiento a los criterios vinculantes, vinculación en la que vive este poder desde siempre. El congelamiento fue un acto dictatorial. La dolarización, otro. La inflacion y la especulación dolarizada son solo su consecuencia.
El autogolpe no está solo destinado a explicitar una declaratoria de las armas. También es una forma de violencia económica que ya está en marcha, de autoritarismos banales, como lo afirmara el presidente del Congreso que «esto se hace», porque «yo soy la autoridad» y lo dice el presidente de la República, «esto va, porque va».
Un capital especulativo sin patria ha creado sus propios partidos. Manifestaciones todas del golpe y el autogolpe. Pero también ha sembrado en el pueblo una gigantesca indignación.