¿Qué preocupa, la ilegitimidad o la guerra?

Despachos de prensa para América Latina cubrieron las primeras planas: «¡Fraude!», «Fujimori camina hacia la ilegalidad». Fue la declaración de un portavoz del Departamento de Estado que «pidió no ser identificado».

La pasión norteamericana por el «constitucionalismo para Latinoamérica» es un gran salto. Atrás quedó la guerra fría, cuando mejor eran las dictaduras, las más monstruosas, las más terroristas, por cuyos asesinatos, genocidios y lesiones a los derechos humanos hoy enjuician a Pinochet, a militares argentinos, uruguayos, paraguayos, bolivianos, guatemaltecos, salvadoreños y semejantes que dejaron tantos crímenes insepultos sobre la tierra.

Aunque encubra estructuras de intereses distantes de la democracia posible, el constitucionalismo constituye un paso a la salida del atraso en el cual están inmersos estos pueblos y naciones, controlados por Estados casi soberanos aún después de las guerras de Independencia, hoy obsoletos para actuar en el escenario de la economía mundial emergente.

Sin embargo, se impone explicar la antitética actitud del Departamento de Estado frente a las elecciones en Perú, donde exigía posponerlas, y en Venezuela, donde pedía no posponerlas.

El problema no radica en la constitucionalidad ni en la transparencia electoral. La causa-objetivo es contar con jefes de Estado aptos para llevar adelante el «Plan Colombia».

Lo que se ha hecho y se haga a partir del año 2000 está ligado a esa conflagración bélica. Cualquier reflexión que no cuente con ella está mutilada. Y, a la par, todavía, cualquier comprensión que evidencie este destino es acallada.

Venezuela no es todavía una base de intervención contra Colombia. Ecuador, ya lo es potencialmente, y Perú podría serlo, pero bajo un liderazgo no cuestionado. Fujimori se ha desgastado para el liderazgo desde su país ante el Plan Colombia, Plan que requiere un jefe peruano de la misma ideología, ya no de la seguridad nacional sino de la «guerra fría antinarcótica», nueva doctrina militar y nueva trinchera.

Se impugna la legitimidad de Fujimori, no porque haya escrutado mal los votos o porque los procedimientos electorales sean fraudulentos, sino porque es un cuchillo mocho por el excesivo uso.

Fujimori se asombra con razón, pues ofreció la «mejor» lucha antiterrorista en la que ha vencido y se ha dispuesto a la antinarcótica, en la que promete vencer. Pero, olvida que su aproximación a la intervención en Colombia enfrentó un rechazo subjetivo en Sudamérica. Sus «éxitos» habían desgastado su frescura democrática.

La salida de los actuales sistemas y estructuras estatales se libra en las fronteras de la guerra y la paz. No bastan los reclamos de «democracia», palabra que se publicita mejor cuando la usan sus administradores o, lo que es lo mismo, el «consenso» del poder nacional e internacional.

No obstante, esta realidad está cuestionada por otra que nace, de cuyo destino solo conocemos el resquebrajamiento de las estructuras estatales y un ruido que proviene del fondo volcánico de los Andes y el mar.

Ecuador ha hecho bien en reconocer el resultado proclamado por las instituciones electorales peruanas, reconocimiento que no debe ser simulación transitoria, sino política en firme, ya que todo señala al porvenir como un tiempo explosivo. Las grandes potencias pondrán el combustible, América Latina, la sangre.


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