La dolarización aporta recursos a la economía emisora. A más del señoreaje, los de una inflación superior al 100% y fundamentalmente las contrataciones que obtenga en el futuro inmediato.
Ahora «con» la voluntad y la decisión del «Estado» ecuatoriano, del que no quedan sino sus vestíbulos, máscaras y nombres, vivificados en pesadillas, prensa y televisión pero muertos en las consideraciones y el saber del Estado norteamericano.
La degradación del sucre, pensábamos, era la mayor expresión de la degeneración del poder, hoy advertimos que la continuación de esta decadencia bajo las condiciones de la dolarización humilla a la nación. Su costo es en soberanía y paz.
Sin ser Estado libre asociado, Ecuador es menos socio y menos libre que Puerto Rico. La fiesta por esta «conquista» se refleja en la inconsciente preparación de un porvenir bélico. La élite controla la mayor parte de los medios de comunicación y los emisarios de dios y el diablo pueden hacer del fetichismo de la política lo que a bien tengan. Secretamente prevén trasladarse a la «capital de Latinoamérica», Miami, para contemplar desde allá las lenguas de fuego de lo que nunca sabrán porqué, ni sentirán responsabilidad alguna. Observarán la región andina como un día Nerón contempló a Roma.
Toda moneda expresa también múltiples relaciones sociales, el memorioso espíritu de un pueblo y su tiempo heroico. Ahora, el asesinato del sucre y su sustitución por el dólar nos ubica coincidentemente en la agonía del Estado ecuatoriano. No por causa de la globalización (plausible si correspondiese al desborde del capital). Aquí es por la degradación histórica del poder y la determinación de la unipolaridad militar mundial.
Las limpiezas étnicas de ayer que tanto «éxito» tuvieron en Norteamérica, en Sudamérica corresponden a inquisitoriales limpiezas políticas. Hacia allá va esta «victoria».
El dólar se impuso al margen de un programa económico. Una política militar aprovechó del fraccionamiento de la nación, la codicia e impotencia servil del moribundo poder. Por eso las «fracciones monetarias» que el Banco Central aporta a la circulación del dólar han olvidado precisar sus referentes nacionales. Son centavos de no se sabe qué moneda y sus emblemas tienen la timidez de la apostasía: «Luz de América» ya no tiene su referencia en Quito, es una luz sin leyenda.
Además, la dolarización es una incontrovertible denuncia de intereses que la pusieron en vigencia, de su incapacidad para desarrollar las fuerzas productivas, de su descomunal atraso, del encubrimiento a la parálisis de la productividad de nuestra economía, la menos competitiva del continente y la más especulativa. Estos bancos no necesitaron ligarse a la industria, les bastó el dinero fácil del Estado y las lavanderías monetarias que la permisión internacional encubrió.
El envilecimiento del sistema político contagió a las funciones del Estado que los intereses de la banca privatizaron. Así, «socializaron» sus quiebras y licuaron sus deudas. La arbitrariedad substituyó al derecho. La simulación y el prejuicio invadieron la comunicación y la información se transformó en farsa.
La pantomima constitucional intoxicó la realidad con justificaciones, argumentos acusatorios y virtudes intrascendentes.
La dolarización no recreará la Patria. En ese andar es posible que ésta muera. De ella se desprendió ya este viejo poder que paulatinamente va siendo reemplazado por aquel que adora.
La dolarización, como el divino Saturno, devora a sus creadores y a sus hijos. Nada mas saturniano que un dólar exigiendo competitividad, productividad. Por ahora, estos comerciantes realizan su culto en solitario, vendiendo la soberanía. Un día ellos serán la última mercancía y se venderán a sí mismos.
Entonces será posible que el avance de la globalización convoque a esta parcela del mundo y que el trabajo de quienes hacen esta economía se exprese en un equivalente general acordado por todos. Será el despertar de otra fuerza.