El crac de Argentina es síntoma de una tragedia continental. Hace visibles las recetas del FMI, el dogal de la deuda externa, las cómplices élites usufructuarias y depredadoras de estos aparatos estatales.
Parte de la tragedia es el déficit presupuestario, cuyo nombre común es deuda externa.
En Argentina, la deuda tiene una relación con el PIB mayor que la del Ecuador, sin embargo, a los dos se les atribuye casi el mismo nivel en la calificación riesgo-país, ranking que paulatinamente se va traduciendo como peligro-latinoamericano y guarda razón directa con el nivel de obediencia de un país y su posible explosión social.
Argentina obedeció, privatizó. Se quedó sin recursos estatales. Se “modernizó”. Ecuador va por el mismo riel, con la anuencia de círculos dirigentes consagrados al conteo de honorarios.
Si bien la convertibilidad pudo haber sido necesaria, no basta. Es solo una condición de la circulación y referente de estabilidad para la producción.
El atraso del sector privado en América Latina se manifiesta en el círculo vicioso de sus nociones, la estrechez de sus propósitos, la visión enraizada en el control y proteccionismo del Estado; cuento de una vaca lechera de oficina.
Desde los países avanzados se observa el subdesarrollo mas en los empresarios que en otros sectores sociales.
Estados Unidos apenas conoció el déficit-cero de manera excepcional. Jamás se le ocurrió que el equilibrio fiscal fuera requerimiento ineludible para el crecimiento. Pero, para Argentina, el déficit-cero aparece como condición sine quo non de superación.
Argentina está acosada por la declinación de sus sistemas administrativos e institucionales, por la imposibilidad de pagar la deuda externa, debido a la naturaleza de la misma. Se suma el riesgo de una devaluación o la desvalorización del trabajo. Y, por añadidura, soporta fuerzas armadas debilitadas, desmoralizadas y desprestigiadas; una cúpula política sin autoridad y el pueblo dispuesto, otra vez, a protestar contra la reducción de salarios, pensiones.
La convertibilidad argentina se estableció en medio de reformas institucionales, aunque también actuaba de acuerdo a ciertas políticas de adhesión militar que el gobierno de Menem estaba obligado a exhibir. En Ecuador, simplemente se declaró la dolarización y se la impuso sin ninguna reforma. Fue abiertamente política militar, no monetaria. Cabría la pregunta que Carlos León Gonzáles planteó en el Seminario Coyuntura y política económica del Ecuador: ¿es posible efectuar reformas al sistema financiero sin la existencia física de la moneda nacional?
De la misma manera que a un enfermo se lo libera del dolor matándolo, así se liberó a Ecuador del dolor de la hiperdevaluación, matando la soberanía monetaria.
Si bien la dolarización ofrece un horizonte no inflacionario, también ofrece el espectáculo de la desaparición del Estado soberano.
En Ecuador, después de la dolarización no se ha pretendido reforma financiera alguna. Queda la pasión por las privatizaciones y entrega de recursos. La banca especulativa acecha los fondos previsionales, con lo que habremos llegado a la modernidad argentina.
El peligro de otra corrida bancaria es real y la quiebra del sistema, definitiva. No hay producción ni inversión extranjera, solo endeudamiento del Estado para ella.
La dolarización ha aumentado la pereza imaginativa en el sector público y privado.
Ecuador debería, por ahora, únicamente concesionar la administración de sus recursos y empresas, no venderlos.
El país debe liberar al Estado del control que sobre él ejerce la banca especulativa.
Es necesario recobrar la moneda para que la conservación de su capacidad adquisitiva sea fuente de reformas para el desarrollo.
Un gran sector de los medios de comunicación están ligados a intereses de la banca. La banca debe abstenerse de ese control, porque hay que mejorar también la circulación de las ideas, crear las fortalezas de apoyo y reconocer las resistencias críticas que merece una sociedad para salir del atraso.