En pos del Ser Justo

Lo leí y aún no recuerdo dónde.

Hace mil años, y algún tiempo más, recorrían este planeta pueblos de inmenso andar identificados con el nombre de errantes.

Trashumando esculpieron mas en la memoria que en las cosas. Las búsquedas de su espíritu fueron monumentos de sus tránsitos. Dejaron leyendas, decires, técnicas, fortalezas.

El olvido ha invadido a la magia deambulante (su ciencia) ahora apenas maravillosa. Sus diálogos encantaban, presagiaban enseñanzas de traslados y cantares de incontenibles vueltas, sin caminos, haciendo todo de nuevo y a la vez.

Educados en la continuidad y los descansos, hallaron un motivo bajo cuyo manto marcharon: encontrar un Ser Justo que pudiese resolver mas allá de lo entendido.

Fue la causa mayor de las exploraciones. Ascendieron al sitio de sus dioses, los escucharon. Interrogaron también a las criaturas que esos dioses enviaban a la Tierra.

Lo mas parecido al Ser Justo era sobre o subhumano oferente de inmortalidad, fuente de virtudes y placeres. Hablaron con Zoroastro, Jesús, Mahoma, hijos buenos de innombrables dioses.

Sin embargo, los ancianos, buscadores incansables, consideraron que era necesario seguir averiguando y descubrir al Ser Justo.

Al fin, llegó el tiempo en que reconocieron al Ser Justo en la mutante inmovilidad de la muerte.

Quien comprendió ese absoluto, lo entregó como experiencia. Había penetrado en otro umbral. La justicia se alcanza solo en el límite. Trasgredirlo sería violentar la tragedia, la discontinuidad para que lo demás continúe. La nada ni la inmortalidad encierran justicia.

La anécdota abunda en certezas. Recuperó el día en que el Ser Justo se acercó a su descubridor y éste le dijo:

– “yo que te vi y reconocí primero, quiero que me dejes unos días mas, aún me quedan palabras por transmitir”.

La Muerte lo contempló, a través de las esperanzas y desesperanzas que su presencia desata, y respondió:

– “no sería justo”.

Acaso fue también ese el sentido del perdón que pidió Whitman –hijo de esos pueblos- por haber vivido demasiado. Quizás sea la piedad que imploran ciertos momentos de la historia que, en apariencia, exceden aquella frontera.


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