El mundo está espectando una transición grave. La economía avanzó mucho y su representación política quedó atrás. Los nuevos procesos no tienen encarnación política. Son clasificados desde una visión anterior y no desde una comprensión que se reconozca en la evolución que nos envuelve.
Después de la crisis de 1929, también se evidenció el desbalance, la desproporción entre el desarrollo de la economía y su expresión política. La brecha era notable. El presidente de Estados Unidos, Herbert Clark Hoover (1929-1933), estuvo ausente de las causales de semejante drama.
Hoy, distanciando todo lo que hay que distanciar, la humanidad y Estados Unidos enfrentan otra vez el desequilibrio entre las representaciones políticas y el desarrollo mundial.
Parecería que se desata otra crisis. El cierre de las bolsas en Estados Unidos, la violenta caída del dólar, el índice de riesgo-país aplicado a la superpotencia. Pero simplemente se transita a otra forma de dominación mundial, desde donde se recuperarán las pérdidas bursátiles y se satisfarán las demandas. No es la crisis por la emergente economía mundial sino la expansión de la unipolaridad militar.
En los imperios, los aparatos armados han servido para recuperar economías y a veces para estimular el pillaje internacional. En la actualidad, las relaciones con el petróleo y otros recursos están ligadas a ese pillaje. Esto es parte de descontentos inconmensurables y de recuperación económica de algunas metrópolis.
El problema está en la Historia.
A pesar de cierta descomposición del Estado norteamericano, la desproporción militar con el resto del mundo es abismal. La perspectiva es la convulsión de muchos Estados y naciones.
Además, los problemas internacionales, callejones sin salida, buscan la solución en la muerte. Se supondría que el mundo necesita políticas que no ubiquen los problemas en lo irresoluble de manera permanente.
La seguridad de Estados Unidos debió revisar los conflictos-sin-solución en los que está involucrado. Pero ahora le basta la fuerza. La lucha antiterrorista per se es un comodín y peligrosamente polivalente, semejante a la lucha contra Satán.
Tras una dogmática de cualquier tipo siempre existen intereses de carácter económico; la historia lo ha demostrado. Las Cruzadas se hicieron en nombre de la recuperación del Santo Sepulcro, que ocultó grandes apetitos comerciales.
Tras la Guerra del Golfo estuvo el petróleo. Desde entonces quedó en manos de los vencedores.
Hay terrorismo también en las finanzas y en el uso de ese material tan combustible como el petróleo. Si todo eso se junta, se produce la bomba histórica que estamos espectando.
En Afganistán, los talibanes constituyen una jerarquía atrasada. Fue apoyada y estimulada por el Estado norteamericano, gestor de ciertos monstruos a los cuales mas tarde persiguió, Noriega, Montesinos y ahora el caso es Bin Laden, “sospechoso”, dice el presidente Bush, del atentado al World Trade Center y el Pentágono. Estados Unidos enfrentado a sus engendros hoy no podrá capturar a su criatura sin inaugurar la primera guerra del siglo XXI.
Destruir Afganistán no es solamente “lanzarlo a la edad de piedra”. Lograr la solidaridad mundial para esa “victoria” es conducir a la conciencia mundial a la catástrofe.
El fundamentalismo islámico asume la disputa entre fieles e infieles; el Presidente norteamericano toma para sí exactamente lo mismo, la disputa entre “el bien y el mal”. Estados Unidos supone que el terrorismo brota sin ninguna causalidad.
La adhesión servil es nefasta para Estados Unidos. La solidaridad con ellos debe ser crítica.
Analistas norteamericanos prevén que su Estado va a actuar de manera arrasadora. Expresión clara de la impotencia para adecuarse a las nuevas condiciones, para crear la representación política de ese extraordinario desarrollo del cual Estados Unidos es una de las causas positivas de la economía mundial emergente.
Si no puede representar el mañana, entonces el mundo verá en el presente la descomposición del Estado norteamericano, no importa cuantas victorias inmediatas obtenga.
Estados Unidos con este atentado ha perdido libertad. Por eso ha reducido el problema de la seguridad a lo militar.
Los empresarios norteamericanos saben que el capital solo puede desarrollarse en democracia.
Si Estados Unidos deviene en Estado vengador, el derecho internacional se habrá convertido en la voluntad de la superpotencia.