La dolarización se impuso a Ecuador como política militar y no monetaria. No requirió reforma financiera ni transformación crediticia ni constitucional. Apenas, reconocimientos estériles sobre la pérdida de funciones del Banco Central.
Los atentados de terror en Nueva York aceleraron la militarización de la globalización comandada por la OTAN y el G-8 bajo la brújula de Estados Unidos. La hipotética aproximación entre Estados desarrollados y subdesarrollados se evidenció como un mito.
Los administradores del Estado ecuatoriano resolvieron inconscientemente incorporar el país a la guerra civil de Colombia.
Ecuador necesita recuperar orgullo nacional y optimismo histórico. Hoy, no solo está en cuestión la condición de vida del pueblo sino la existencia misma de la nación y el Estado. Por eso, es imprescindible redefinir lo que sucede. No ha cambiado simplemente la política monetaria.
Cae la penúltima fase de la estafa y agoniza lo que no alcanzó a ser, sueño de millones de seres humanos que poblaron este espacio, la economía nacional y el Estado soberano.
La crisis involucra la totalidad social. Ya no basta la voluntad de los dirigentes para el porvenir. Emergen fuerzas superiores, el caos y la naturaleza de las cosas. Cuando una crisis no tiene salida, el caos resuelve, Ecuador transita esa circunstancia.
Ecuador está atrapado en el pasado. Esa continuidad satura dramáticamente las publicitadas soluciones que carecen de trascendencia.
Ecuador transita un momento de parálisis en su economía. Las causas inmediatas de esta situación están ligadas a responsabilidades que se desprenden del Gobierno y el Congreso, en particular, de sus desgastados líderes reales.