«Señores y señoras, ¡lo tenemos!». El anuncio se detuvo. Por un instante, no dijeron a quién. No era fácil comunicar la captura de no se sabe qué, de un cadáver que camina o de un símbolo.
Signos, imágenes y actos de fe han aproximado o distanciado al ser humano del reconocimiento de su práctica.
La guerra es aún lo más notable de la historia humana. Ha sido invocada para todos los quehaceres de nuestra especie y repudiada en esas mismas ocupaciones.
El viernes 17 de octubre se desprendió de la Presidencia Gonzalo Sánchez de Lozada. La gravedad del hecho lo llevó a Miami.
Europa, sin embargo, podría mirarse en el espejo y exclamar: tanta historia para tan poco poder.
La prisa de la política ha creado el hábito de analizar períodos fáciles, cien días, seis meses, un año de cada gobierno.
El presidente de Colombia, Álvaro Uribe, ha hecho un llamado a los ecuatorianos encaminado a “desmitificar el componente militar del Plan Colombia”. El planteamiento tiene la polivalencia que ha caracterizado también los discursos gubernamentales y parlamentarios del Estado ecuatoriano.
Entre los significados de la invasión, destrucción y prometida reconstrucción de Irak -así habla el Departamento de Estado- uno mayor se relaciona con el imperceptible deceso de la democracia estadounidense. Proceso paulatino, de baja intensidad, visible en la impotencia de la razón estatal cuyos argumentos (las armas capaces de destruir la vida) enfrentan la moral…
La Primera Guerra Mundial “aportó” a la psiquiatría desde las trincheras. En poco tiempo, se descubrió la relación entre zonas cerebrales, sus funciones y el resto del cuerpo. La mutilación de espacios neuronales podía modificar, sin matar, la condición psíquica del individuo. Era posible convertir la violencia en discreto y sumiso silencio.
Los hechos sociales y la comprensión de ellos se presentan y formulan envueltos en apariencias.