El Estado agoniza. La comunidad financiera, la banca especulativa, un puñado de medios de comunicación, intereses bélicos lo determinan.
Ninguna propuesta política resulta suficiente si se enclaustra entre muros de niveles de pobreza, falta de democracia, ausencia de representación de intereses nacionales y, peor aún, si se reduce a la corrupción y sus variantes en la administración estatal y privada.
1972 marca un hito en la historia de Ecuador, fue el inicio del desplazamiento de una estructura de poder por otra. El aparato agro exportador fue subordinado. El Estado disfrutó de alguna independencia gracias a los recursos del petróleo. El fugaz intermedio concluyó con el año 1975.
El Fondo ha modernizado sus funciones.
El crac de Argentina es síntoma de una tragedia continental. Hace visibles las recetas del FMI, el dogal de la deuda externa, las cómplices élites usufructuarias y depredadoras de estos aparatos estatales.
Ecuador ingresó hace dos décadas en el reino de la especulación. «Estrechar los cinturones» fue fórmula del monetarismo; la «flotación» o las «bandas cambiarias», su técnica; los ajustes, la virtud. Todo, de espaldas a la producción y la política social, pero «dentro de la ley».
La edad media europea enseñó que nada es mas eficiente para suprimir la reflexión política que reducir la política a una seudo moral, forma perfecta de la queja estéril. Las nociones «anticorruptas» han sido barrotes para las masas.
El gobierno exhibe cierta dualidad en su política económica que oscila, con principios distintos, entre los pedidos del poder y los de los demás. Lo sucedido con el Banco Continental (su «estatización temporal») es síntoma de que una es la administración ante el régimen bancario y otra, frente al resto.