En estos días, un programa telefónico de encuestas se aplicó en algunas ciudades del país. Un temor reflejaba la extrema susceptibilidad a la que se abisma la banca.
En los años 20, el imperativo empresarial exigía al Estado asumir los riesgos del trabajo, crear fondos de corresponsabilidad, garantizar que las pérdidas no afectasen las ganancias, indemnizar por mutilaciones. La falange de un asalariado, 50 centavos; un dedo, un sucre; la mano, dos sucres; un brazo, tres; las piernas, cuatro; la vida, cinco sucres.…
La constitucionalidad en Ecuador, a partir del golpe de Estado de febrero del 97 –y en algunos sentidos aún antes–, ha funcionado como encubrimiento y coartada de intereses que lo han conducido al desastre.
La especulación financiera disfruta de alta rentabilidad en la agonía del Estado y su jurisdicción.
De los Estados del continente americano, el que mas desconcierta por su servidumbre, saqueo y destrucción es el ecuatoriano.
En 1999, la estructura esencial del poder especulativo reveló y cuestionó sus relaciones en el Estado y con el conjunto de la nación.
El Estado ecuatoriano cae por la pendiente de la sumisión. Ha logrado reducir el riesgo país a niveles de orgullo presidencial. La deuda externa crece y se “paga” en los términos estipulados por la Carta de Intención, «la ley», las delictivas renegociaciones y la estrechez de la propia representación.
Ecuador está amenazado en su naturaleza histórica como nación independiente. Es el desenlace de la política impuesta hace 28 años. Un presentimiento de impotencia se ancla en la contemplación colectiva de ese destino.
En 1976, a poco de haberse instaurado el poder especulativo que sustituyó al agro-exportador en la conducción del Estado se gestó una transformación en la élite política: dejó de representar directamente al aparato económico y devino ropaje de una tecnocracia intermediaria del triángulo financiero-bancario-mediático.
Cuando el Emperador nombró a su caballo, Incitato, Senador, un delirio de aprobación recorrió la Asamblea de patricios. El frenesí de alabanzas al divino Calígula intimidó siglos y aún suele entusiasmar parlamentos.