Los líderes anticorruptos del golpe de Estado del 6 de febrero no han podido fulminar ninguno de los males que imputaron al presidente derrocado («cesado», según el decir del velo constitucional en uso). Ellos han adquirido ropajes insuficientes para cubrir su desnudez y el salto hacia atrás, visibles en la impotencia social ante el terrible…
(…) y en 1988, los objetivos del partido eran claros. Pero en 1995, las cosas han sido muy diferentes. Rodrigo Borja