“Viaje turístico” que “no aportó nada a Latino América”, fueron reproches de la mayoría de medios impresos en Estados Unidos. Para completar se rumoreaba, “perseguido por el fantasma de Chávez”. Se cumplió el propósito, exhibir preocupación por América Latina. Si la medida es el tiempo a ella consagrado, entonces no supera el uno por diez…
La política exterior de Bush involucró a Estados Unidos en un conflicto prolongado relativamente irreversible de potencialidad inconmensurablemente dañina respecto de las relaciones internacionales, sus reordenamientos y culturas.
“Los imperios no tienen ningún interés en operar dentro de un sistema internacional; aspiran a ser ellos el sistema internacional”. (Henry Kissinger, La Diplomacia)
La lucha contra el terrorismo, según la acepción-Bush, y a pesar de él, es lucha contra sí mismo.
“El momento de la diplomacia ha terminado”, afirma el Departamento de Estado. Su práctica –mas persuasiva y visible- exhibe 200.000 super soldados listos para la invasión.
La invasión a Irak exhibirá técnica de última generación, productividad en la mayor catástrofe humanitaria, manejo de recursos e inmediata administración norteamericana del petróleo en beneficio, dicen, del pueblo iraquí. Concluida la arrolladora debelación se desatará la caótica inestabilidad de la región.
El Grupo de Río y su manifiesto está cuestionando sigilosamente al sistema interamericano. La mayoría -la de los integrantes del Grupo de Río- no se atreve a tomar una decisión obligatoria para todos los miembros de la OEA, sino que opta por la simple proclama moral que precisa trasformar el sistema Interamericano.
Haití es la excusa. La causa es otra: reorientar organismos mundiales y regionales, reinterpretar la regulación internacional, tensionar el poder y el ordenamiento político al interior de EE.UU. Este ha quedado sin su gran enemigo. Ahora lo acosan virus y micro-organismos. No solo Haití, también Somalia, Japón y su comercio, la guerra en la ex-Yugoslavia,…
El hecho tiene transitoria importancia, sobre todo por el desmedido anhelo del Presidente Bush de dar continuidad a una parte de su política internacional en el gobierno de Bill Clinton. A siete días de la transmisión del mando se argumentó ese propósito con una razón superior, una guerra de 116 minutos.