Gustavo Noboa podría arbitrar en función de intereses nacionales. Su presencia en la conducción de la República no debe circunscribirse a la ruleta que maneja la banca y el aparato financiero ecuatoriano. Noboa es el producto mas visible de lo que él mismo denominó «el caos del 21 de enero».
Las elecciones en Perú descubren la fortaleza de esa nación latinoamericana capaz de asimilar «chinos» y reconocer profundamente a sus «cholos».
Ecuador necesita recuperar orgullo nacional y optimismo histórico. Hoy, no solo está en cuestión la condición de vida del pueblo sino la existencia misma de la nación y el Estado. Por eso, es imprescindible redefinir lo que sucede. No ha cambiado simplemente la política monetaria.
El fin del poder especulativo en Ecuador se manifiesta con el derrumbe de la banca y su representación política. Sus mitos y obsesiones colapsan. Tampoco se formulan ideas que anticipen el futuro inmediato ni son visibles sus líderes. Las actuales formas de organización social del poder y el Estado se han agotado.
Ante el atraso del Estado y la sociedad ecuatorianos, el poder tiene responsabilidad a pesar de la «inocencia» que reviste a cada uno de sus eslabones económicos y políticos.
Emerge una nueva fuerza social. Intermediaria en los procesos productivos, afectada por la política económica impuesta hace 20 años. Discriminada y menospreciada. Corresponde a transportistas y nuevas generaciones de los pueblos indios.
La violencia de la política económica y la vacuidad de las relaciones públicas constituidas en fundamento de promoción y protección del gobierno van preparando una explosiva caldera social y, a la par, su prefiguración presagia que será aplastada. El gobierno lo presiente y de manera indirecta prepara la «pacificación» interior.
Los intereses económicos, culturales, étnicos, regionales, reclaman espacios en el instrumento político de la nación. El derruido presidencialismo no puede ofrecerlos.
La Constituyente surgió como consigna a comienzos de los años 90. Las razones tenían y tienen que ver con el agotamiento del Estado presidencialista deteriorado por las épocas y usos desde los orígenes de la República. Su ineficacia salta a primer plano ante la imposibilidad de materializar, proyectar y simbolizar plenamente los intereses de la…
Tiempo sintomático el nuestro que auspicia elevar la política, la reflexión y la voluntad. Invoca y enriquece la conciencia.