En la historia, pocos momentos permiten a una representación política convocar al pueblo para enfrentar la demanda de su época.
Paulatinamente, el país va dejando atrás tensiones del derrocamiento del régimen de Lucio Gutiérrez. A la par, rememora obsesivas consignas movilizadoras y se sumerge en mutaciones paralizantes.
Las cabezas de la oposición y del gobierno se imputan haber cometido violaciones varias. Del Código Penal, unas y de la Constitución, otras.
La tragedia mayor fue la pérdida de la posibilidad de conciencia del por qué y del sentido de la realidad, mas que la mutilación del sueño territorial. Si la denuncia fuese cierta, se añadiría un drama moral, un apéndice al desastre.
Desde 1976, a partir del reordenamiento del sistema político, el PSC, ID y DP se constituyeron en principales actores, representantes de la “modernidad financiera” que conduce al Estado.
De los Estados del continente americano, el que mas desconcierta por su servidumbre, saqueo y destrucción es el ecuatoriano.
La guerra civil de Colombia —en esta fase inicial de regionalización— exhibe cierta mutación. Estados Unidos adquirió y dirige ideológica, política y financieramente un aspecto del conflicto ante la debilidad militar, social y administrativa del Estado colombiano.
Ninguna política requiere tanto estar precedida de un continente mayor como la política militar. Al margen de un objetivo nacional, ésta es solo recurso, casi mera táctica de intereses ajenos.
El 5 de marzo de 2004, diario El Comercio dirigió una positiva y alertante Carta al País. El texto tiene viso de manifiesto de la nación.
Un pavoroso temor persigue a un sector de la colectividad. Actos de terror de procedencia predictible constituyen el motivo visible que predispone incrementar la represión a delitos, terrorismo y a todo lo que se le parezca. Un premeditado temor tiene que ganar sin importar la justicia ni el derecho. Bastan sus armas.